Hablemos de... el formato cuento

El formato cuento
Novelistas hay muchos. Cuentistas también, pero probablemente en menor cantidad. Ante esta situación, surge la pregunta de si es más fácil escribir novelas que cuentos. Lo cierto es que el hecho de escribir siempre es difícil. O quizás lo complicado sea hacerlo bien. Es una realidad que la novela permite algunas cosas que el formato cuento no, seguramente a causa de su corta extensión. Porque todos sabemos que, si un libro supera las doscientas páginas, por decir un número, estamos frente a la novela, y no frente a un cuento. 

En muchas ocasiones, tratar de tipificar una expresión artística supone un problema, pero sí hay algunas “reglas” que, con solo experimentar con la lectura, podemos identificar como propias de un formato literario.  Por ejemplo, como mencionaba anteriormente, la novela habitualmente oscila entre las 60.000 y las 200.000, mientras que el cuento puede tener desde una carilla hasta diez páginas. Por otra parte, como un término medio, existe lo conocido como nouvelle, ese texto que no es lo suficientemente corto para tratarse de un cuento ni lo necesariamente largo para ser una novela.

Pero lo más interesante de analizar estos distintos formatos no es centrarse en ver las partes “técnicas” de la obra, como la extensión, por ejemplo, sino profundizar en los aspectos tanto positivos como negativos que pueden ofrecer. Si pensamos en relación a la cantidad de páginas de una novela, podríamos concluir en que tener quinientas páginas para narrar una historia representa una suerte de “ventaja”, en el sentido de que el escritor tiene más tiempo, por así decirlo, para desarrollar la trama. También ocurre lo mismo con los personajes, o con la descripción del ambiente o contexto en el que se sitúa la obra. Por lo tanto, si partimos de la base que la extensión de una obra permite (y hasta exige) un buen desarrollo de los aspectos más importantes de la historia es posible afirmar que, si una novela no lo consigue, estaríamos frente a una obra un tanto incompleta, o que no cumple con las expectativas. Si esto funcionara en todas las novelas, todos los libros que leemos serían, por ende, buenos. Está claro que esto no sucede en la práctica; muchas veces, vemos que la excesiva extensión de una obra se convierte en un aspecto negativo de la misma, ya que a veces es posible ver que la novela está repleta de pasajes que podríamos llamar de relleno, es decir que lo único que hacen es ocupar páginas y páginas sin aportarle nada significativo a la historia.

En esta entrada, sin embargo, busco centrarme en las posibilidades que ofrece el formato cuento. Así como la novela permite extenderse, un cuento no puede ser demasiado largo. Obviamente, no hay una extensión estricta en la que debe moverse este tipo de relatos, pero habitualmente un cuento puede rondar entre una carilla y unas hojas. En ese sentido, la corta extensión puede significar un problema inicial, ya que a simple vista podría suponer que el argumento no puede desarrollarse de la mejor manera, o que sería difícil presentar los personajes, introducir un tema, mostrar un problema y finalmente un desenlace, o la resolución o no del problema. Sin embargo, si esto no fuera posible, en la literatura no existiría este tipo de narración y, si bien no es tan masiva como la novela, es posible ver que efectivamente existen los cuentistas. Y que los hay buenos, de eso no hay ninguna duda.
En mi opinión, el relato es un gran ámbito en donde se puede ver el talento de un escritor. Con esto no estoy desmereciendo el formato novela, porque por otra parte es el que habitualmente más consumo, pero escribir un relato supone casi las mismos desafíos que una novela, pero en un espacio claramente reducido. Podríamos decir que el trabajo del cuentista consta de ubicar a sus personajes en un contexto, desarrollar una trama, o por lo menos una idea, hacer que los protagonistas se muevan e interactúen con esa ambientación y dar un desenlace final a la historia, que tenga un cierre adecuado; todo esto, debe ser resuelto en pocas páginas. Es ahí, entonces, donde recae la mayor dificultad de este formato. Los buenos cuentos son los que logran desarrollar todas estas características ateniéndose a una corta longitud. Si a veces la novela, que tiene un rango mucho más amplio no puede cumplir todo esto, imaginemos lo complicado que debe ser para un cuento poder cubrir esta suerte de “requerimientos”. Si bien la literatura hace referencia a aspectos tanto realistas como fantásticos (y aquí nos metemos en el tema de los géneros), un buen relato tiene que poder desarrollar todos esos aspectos, ya sea si el protagonista es un oficinista contando sus problemas en el trabajo o un domador de dragones en un mundo inventado. De esta manera, así como el hecho de tener pocas páginas para extenderse puede resultar un impedimento o un problema, también podemos analizarlo como una ventaja; el cuento relata una historia que requiere, en principio, poco tiempo de lectura.

Al igual que la novela,  el formato cuento puede perfectamente contener críticas sociales, denuncias, reflexiones filosóficas o ahondar en ideas universales o inherentes al ser humano. El hecho de que sea un texto corto no significa que carezca de profundidad, sino que en ese punto entra la capacidad del escritor para ofrecer una visión más aguda de determinado tema. En este ámbito, por citar un caso, se encuentran los cuentos de Philip Dick en La mente alien. En estos relatos el autor plantea una idea y la desarrolla a la perfección en pocas páginas. Lo mismo ocurre, aunque de forma distinta, en otros textos que leí recientemente: Mockba, de Diego Muzzio, por ejemplo, presenta distintas situaciones, siempre relacionadas a la muerte, y puede darles un muy buen desarrollo, agregándole otros aspectos interesantes como historias paralelas a los personajes y una gran profundización de los mismos. En géneros más ligados a lo fantástico o a lo extraño, siempre teniendo en cuenta lecturas más o menos recientes, personalmente destaco los trabajos de Cecilia Ferreiroa con Señora Planta y de Mariana Enríquez con Las cosas que perdimos en el fuego. En estos dos últimos casos, las dos autoras logran llegar al clímax deseado del relato, consiguiendo crear una ambientación excelente, y absolutamente acorde a lo que se plantea en la trama central de cada relato.

Cada formato literario permite distintas cosas. Cada uno tiene sus problemas y sus facilidades. Bien ejecutados, todos son formatos válidos para una buena historia.  No tengo dudas de que una persona con talento para la escritura puede conseguir que un problema inicial pueda convertirse en una ventaja o algo positivo: un aspecto a desarrollar para construir una buena obra literaria.

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